Cuando decidimos escaparnos unos días a Barcelona teníamos claro que lo que necesitábamos era un hotel en el que pudiéramos estar muy a gusto. Un hotel que nos hiciera sentirnos como en casa, que tuviera personalidad propia y no el estilo aséptico y de lugar de paso de la mayoría, y que nos permitiera alejarnos del bullicio de la ciudad sin dejar de estar en el centro. Y Casa Bonay apareció así como nuestro refugio ideal.
Situado en un edificio rehabilitado de 1869 en plena Gran Via de les Corts Catalanes, Casa Bonay es como un oasis en medio de la ciudad, un lugar donde poder respirar con calma. A primera vista lo que destaca es su decoración, mediterránea y luminosa, y su cuidado al detalle, pero esto además nace de una colaboración con artistas, diseñadores y otros creadores —desde las mantas de las habitaciones hasta las plantas que hay por todas partes— que hacen del hotel un sitio donde querer quedarse. Sigue también la idea de ser un hotel perfectamente integrado con la ciudad, que no está simplemente orientado al turismo sino que busca una conexión con todo lo que le rodea. Prueba de esto es la cantidad de eventos a los que se puede acudir en él, desde pequeños conciertos a presentaciones de libros, proyecciones de películas o cenas temáticas, que hacen del hotel un lugar realmente vivo, del que disfrutar independientemente de si vienes de Madrid, de París o de la misma Barcelona.
Pero ahora vayamos a lo importante: las habitaciones de Casa Bonay. Todas ellas siguen la estética del hotel, con un mobiliario sencillo y ordenado, que ayuda a transmitir la sensación de calma, y muy funcional para que cada habitación sea realmente cómoda. Además, mantienen elementos del edificio original, como los suelos hidráulicos, los techos y las puertas correderas interiores. Hay varias opciones que se diferencian unas de otras por el tamaño, las vistas (a la calle o al patio interior) y por las que tienen terraza grande o pequeña, galería o incluso ambas.
Nosotros nos alojamos en la Courtyard Mini Terrace, que tiene una terracita que da al patio de manzana, y nos encantó. La habitación es de las más pequeñas, pero para pasar unos días creemos que es más que suficiente, porque además si el tiempo acompaña la terraza pasa a ser una parte totalmente integrada en la habitación, en la que estar un rato por las mañanas al salir de la ducha o por las tardes y noches leyendo con una copa de vino natural del minibar. Además, al dar a un patio tan grande hay muchísima tranquilidad (no llegan los ruidos de la calle) y entra muchísima luz durante todo el día, algo que para nosotros es muy importante.
La apuesta de Casa Bonay se completa con sus cuatro restaurantes, en los que la oferta se define por la gastronomía de calidad con productos de proximidad y el buen café. En la planta baja encontramos Bodega Bonay, un espacio que se define como un templo del vino natural y al que acompañan pequeños platos de inspiración muy mediterránea, y Satan’s Coffee Corner, una de las cafeterías y tostadores más reconocidos del panorama cafetero barcelonés. Al fondo está el Libertine, un cocktail bar abierto todo el día, lleno de sofás en los que trabajar, pasar el rato o leer tomando un cóctel, una cerveza artesana o incluso una comida sencilla y variada. Y en la azotea encontramos el Chiringuito, una terraza con vistas a la ciudad, vinos, cócteles y hasta barbacoa. Además, hay también una terraza exclusiva para los huéspedes del hotel, perfecta para quien busca más tranquilidad.
Vale, pero ¿y qué más hay para comer en los alrededores? Pues otra de las cosas que nos conquistó de Casa Bonay es que está tan solo a unos minutos caminando de los helados de Delacrem, los desayunos de Granja Petitbo, el café de Syra y las pizzas y pitas de Parking Pizza y Parking Pita.
